Nota del editor: Esta es una publicación invitada de Rob Martínez
Como seguramente les pasará a muchos de ustedes, a mí me fascina viajar. Sí, visitar distintos países del mundo, conocer sus culturas, disfrutar del sabor de sus comidas y de la calidez de su gente siempre me parecieron experiencias maravillosas. Pero confieso que también me fascina sobremanera mi trabajo. De modo que, cuando viajo, procuro no despegarme de los proyectos que tengo entre mis manos, a los que, no obstante, les doy siempre el tiempo y el lugar que se merecen. Les contaré cómo lo hago.
En primer lugar, nunca me voy de la ciudad donde resido sin mi laptop, pues con ella puedo transformar cualquier ambiente con conexión a Internet en la mejor oficina del mundo, máxime, cuando los servicios que ofrezco están íntimamente vinculados al universo 2.0. Así, pues, puedo seguir el desarrollo de un proyecto e intervenir en él tantas veces como sea necesario mediante chats, correos electrónicos, video conferencias o cualquier otra vía que considere oportuna.
En segundo lugar, trato de organizar mi tiempo de manera tal que mis ratos de “ocio” sean cien por ciento productivos. Cuando visito un país nuevo, por ejemplo, entre paseo y paseo, entre excursión y excursión, entre comida y comida, siempre encuentro momentos que no dudo en aprovechar para hacer avanzar mi proyecto sin que esto opere en perjuicio de mi disfrute como turista o viajero.
Por último, intento que todo lo que hace al entorno en que me encuentre (paisaje, arquitectura, clima, etc.) me inspire para que mis decisiones sean las más adecuadas, sabias y cordiales, algo que, por cierto, tanto mis colaboradores como mis clientes suelen agradecerme.
En definitiva, cuando viajo, me comporto como un nómada digital, aunque sé que no lo soy exactamente, ya que los nómadas digitales viven viajando, y yo, en cambio, por más que viaje con frecuencia, resido en un lugar fijo. Sin embargo, al igual que ellos, mi trabajo depende en gran medida de la tecnología digital; al igual que ellos, adoro conocer nuevas fronteras (no solo las geográficas, sino también las creativas), y al igual que ellos, amo la independencia que me da ser un freelancer.
Seguramente, la próxima vez que viaje me convertiré de nuevo en un nómada digital. Mientras tanto, me conformaré con viajar en mis proyectos.
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